Cuando vio crecida a su primera nieta, Caperucita Roja, que para entonces prefería los colores sepias, le pidió una cesta de alimentos en conserva con la advertencia de que por ninguna razón fuera a tomar las autopistas ni las avenidas y mucho menos a confiar en leñadores, de tan dudosa fama según los thrillers más recientes.
El mundo le da la razón a Darwin día tras día, ¿verdad, Enrique? Y aunque los prestidigitadores aseguran que han de verse "horrores, páginas en blanco, mujeres en calzoncillos y curas que no creen en Dios", la prueba más actualizada del cambio (o una de ellas, por si las moscas) está en los novísimos cuentos de hadas que hoy nos arrullan para mantenernos bien despiertos... cuando más falta hace soñar.
ResponderEliminarYo quisiera tanto no cambiar de capucha al crecer!!!! Me encantó tu caperuza, Mila, me la llevo de resguardo en la memoria, para no dejar de trotar por los intrincados senderos de mis bosques ni de enfrentar a lobos feroces.
ResponderEliminarMaría Antonieta
Ja ja ja, mis saludos, ingenioso Milan'es, por cierto, imagino que tambi'en le haya advertido poner la alarma al entrar a la casita...
ResponderEliminarAsí es, amigo Abdiel. Ya ni siquiera vivimos el mundo al revés. Este es el mundo inclinado... no se sabe para dónde.
ResponderEliminarHasta donde pueda, te acompañaré, María Antonieta, con mi hacha de Meñique al hombro.
ResponderEliminarEn efecto, no dudo que la casa de Abuela Caperucita tenga alarmas y rejas y tal vez hasta algún que otro CVP que nos pida solapín. Gracias por atravesar el bosque para llegar a mi blog.
ResponderEliminarPobre Caperucita, ahora tiene que preocuparse también de los leñadores... aunque, no sabes si la niña tenga licencia para portar armas, quizás le meta un tiro al lobo.
ResponderEliminarComo dices, Mar. También es posible que, bosque adentro, los nietos del lobo deban cuidarse de las nietas de esta adorable viejecita. Uno nunca sabe...
ResponderEliminarGracias por subir otra vez de tu mar hasta mi ciénaga.