martes, 3 de mayo de 2011

Primero de Mayo

Cuando me trepo a la copa de mi árbol genealógico y miro, compruebo que todos mis gajos familiares han sido obreros. La sangre de mis ancestros, alérgica a los tonos azulados,  movió dificultosamente amargos ingenios de azúcar y sopló velas pesadas a barcos que muy a menudo enfrentaban su proa a la nariz misma de la corriente.

Incluso yo —que en lo profesional me considero una mutación genética de los Milanés León— pienso y cobro, sobre todo cobro, como un obrero, así que el Primero de Mayo pasado me propuse que nada nublara el homenaje a mis raíces.

Me levanté muy temprano y, sin dar relevancia a un apagón desacostumbrado, tanteé como pude la ropa de trabajar con que iría al desfile. Salí apurado. Ya en la plaza, la manifestación fue gigantesca, como siempre: dicen que más de 100 000… todo pancartas, todo gargantas, todo pulmón, todo alegría pese a problemas de todo color.

De veras, los cubanos somos buena gente: los caminantes repartimos ¡Vivas! a casi todo, lo humano y lo divino… y también lo del medio, por si acaso. Es verdad, pedimos a la carta algún ¡Abajo! —no hace falta decir para quién—, pero juro que no encargamos la muerte de nadie. Tantos ¡Vivas! regalamos que yo estoy seguro llegó a su casa con uno de ellos el cabrón que esa feliz madrugada robó unos breckers eléctricos de mi edificio, preludiándonos penumbra en la jornada más proletaria de Camagüey.  

2 comentarios:

  1. Claro como Cuba misma, y con una claridad no sujeta a un solo color, sino nutrida de la policromía de la realidad.

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  2. Eso espero, Rogelio, eso espero. El mejor color de Cuba es esa policromía que a menudo limitamos al mestizaje.

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