Irma Trujillo ha muerto. Seguramente muy pocos, más allá de sus allegados, sepan qué significa esa oración que escribo justamente así, como un rezo. Es que ella era uno de esos tesoros ocultos que existen en el algún lugar para demostrarnos a los incrédulos que siempre le cabe un color a la vida. A mí nunca me engañó: jamás me pareció casualidad que naciera en un pueblo llamado Esmeralda.
Para ser su primera muerte, hay que decir que le ha quedado
como un acto típico en ella, que siempre hacía sus cosas calladamente, sin
alardes ni avisos que lo parecieran.
Yo, que me traje a La Habana, entre otros amuletos de sobrevivencia, el
cariño de esa amiga que pasaba los 80, llamo como un día cualquiera, para saber
de ella, y me dicen que no, que esta vez no puede tomar el teléfono. Me dicen y
entiendo que ya el día no es cualquiera. Me dicen y yo, que la conozco bien, sé
que tiene que ser muy fuerte la razón para que esta vez no quiera hablar
conmigo.
Con su inocencia característica, Irma se llevó a otra parte
cosas mías. Ya sé que cuando vuelva a Camagüey no me esperará su beso de
anciana venerada; ya sé que no pondrá en su mesa un dulce casero que ella,
viéndome comerlo, disfrutaría aun más que yo, que es mucho decir. Ya sé que a
mi despedida no podré estrechar con mucho cuidado sus manos delgadísimas ni
oírle decir, por millonésima vez, que yo era parte de su familia y aquella era
mi casa. La muerte es cruel: me doy cuenta que tal vez sea ahora que le creo.
Como solía hacer a cada rato, Irma puso el punto burlándose rotundamente
de sus caderas fracturadas, de su columna en huelga, de su piel de orquídea y
su apetito de pajarillo y emprendió a solas, sin andador, el viaje más
empinado. Esté donde esté, sé que me mirará (como a otros muchos) diciéndome:
«Esta es tu casa, Milanés…». Tal vez un día vaya a visitarla. Y cuando tenga a
la fuerza que mudarme para allá, sería un alivio tener vecinos semejantes.
No es cosa de ahora: Irma Trujillo siempre fue un espíritu
de bondad, pero no hagan mucho caso de esa condición. Nunca vayan a tomarle
lástima porque ella lleva sus filos. Yo estoy seguro de que en el sitio donde
se encuentra ya tiene graves problemas: aun sin convencerme de su muerte, no
tengo, sin embargo, la menor duda de que los ángeles se dieron cuenta de que
ahora sí tienen competencia.
Mila, amigo: Soy testigo de que los ángeles tendrán competencia y dura. A decir verdad nunca hubiera querido leer esto tan lindo y con tanto sentimiento!!!
ResponderEliminarEn nombre de nosotros, que sabes quienes somos, te lo agradecemos infinitamente, un beso
Gracias, Cuqui. Yo espero que ella también lo haya leído. Un abrazo a todos.
ResponderEliminarMuy sentidas tus palabras Enrique… tanto que aun sin haber tenido el inmenso placer de conocerle… me atrevería apostar por lo real y maravillosa que fue durante el tiempo que estuvo en vida… y sigue siendo para los que le conocieron. Pobre de esos ángeles… no saben la competencia en la que están inmersos. Saludos… que tengas un buen día.
ResponderEliminarGracias, Adanys. Los seres buenos dejan siempre comentarios, aun cuando se marchan calladamente. Un saludo, hermano.
EliminarPrimeramente un abrazo fuerte bro, segundo,excelente escrito, otra de tus joyitas.
ResponderEliminarOye, no me dices quién eres, pero muchas gracias. Un abrazo.
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