martes, 23 de diciembre de 2014

La manzana en la cabeza



Generosa como es, me regaló una manzana. Conociendo su paladar de cristal, su apetito milimétrico, su afición al misterio gastronómico y al detalle natural, yo debería saber que se ha quitado un tesoro y estar más que agradecido. Pero no, no agradezco ni un poquito.

Horas después, mientras camino y devoro esa maravilla que un ignoto campesino sembró, nunca para mí, yo reboso ingratitud.

De a poquitos, la fruta perece en mi boca y solo pienso en que quiero que ella me obsequie un campo infinito —en el que se pierda la vista y hasta se pierda la vida— donde me invite a legalizar, una por una, toda  manzana prohibida del mundo.

2 comentarios:

  1. Ay Enrique, ten cuidado, las manzadas acarrean guerras.

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    1. Sí, Marian: si se busca en los campos de batalla, se verá que toda guerra comenzó por la posesión de una manzana.

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