El tiempo, que parece haberla colocado en medio de sus
poderosas prensas, encoge a mi madre. Cada vez que la veo la encuentro más
pequeña.
Sin cesar, mi madre me
recuerda a la suya, una abuela que siempre creí de juguete. Casi una
Pulgarcita, abuela Cacha tenía, sin embargo, la autoridad del amor: aconsejaba y
sumaba; pedía y conquistaba; besaba y simplemente había que rendirse. Abuela,
siempre tierna, hablando siempre de un Dios que solo sentí creíble cuando salía
de su boca.
Mima no tiene menos jerarquía. Y si su talla pierde
centímetros, esas estrellas que solo los buenos llevan dentro y nadie más que
los buenos alcanzan a ver en el firmamento de un pecho ajeno sugieren que, con
todo y su escasa cultura, sus larguísimos silencios y su absoluto desinterés
por las órdenes, mi madre puede mandar a un ejército.
Yo la veo, cada vez menos alta, y me preocupo a medias: por
un lado temo que llegue el día en que se agote la longitud de su vida y se
lleve con ella todas mis medidas, pero también pienso que, en este mundo tan
deficitario, puede que alguien esté traficando a muy buen precio esos
centímetros de bondad que, como de todo manantial verdadero, brotan sin pausa de
mi madre.
Realmente cuando leo algo como ¿Pequeña?, me parece que mi madre vuelve a mí y que, con esa ternura que a nadie más le he conocido, camina a vestirme una y otra vez con el corazón por pecho y un suspiro como espada. Ojalá que muchos puedan disfrutar de esta pequeña crónica poética y acercar el beso y el abrazo a la que aún sigue allí calzando nuestros pasos.
ResponderEliminarMuchas gracias, María Antonia. Me alegra haberla regresado a recuerdos gratos para usted.
EliminarMila, hermoso escrito, de lujo, de veras. Un placer leerte y además coincidir contigo en afectos maternales. Mi madre también empequeñece y crece cada día que pasa. Creo que mis medidas también sufrirán muchísimo el día que no esté. Un abrazo de Luz inmenso para ti.
ResponderEliminarGracias, Rogelio. Es bueno saber que los amigos aun saben el camino. Mis saludos para ti y tus gotas de luz. Un abrazo.
EliminarAy Enrique, me has hecho recordar a mi ángel... Ella también era diminuta, del tamaño de un hada o un duende.
ResponderEliminarSí, Marian, he estado al tanto de tu hada. Todas son iguales: tan únicas ellas.
EliminarSí Kike, pero no desesperes... tú tienes alma de duende.
Eliminar¿Piropos a esta hora, Mar...? ¡Mira que me lo creo! Un beso.
ResponderEliminarSolo un consejo, dile ahora todo lo que sientes por ella, nada te calles y cúbrela de cariño cada vez que puedas, porque no imaginas lo que sentirás el día que no esté.
ResponderEliminarLo hago, pero sé que nunca será suficiente. Gracias por la lectura y el comentario.
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