jueves, 21 de abril de 2011

Mala cabeza

Una amiga se niega a creerme que soy un mala cabeza.

—¡Con esa cara…! –me dice irónica, ignorando que tengo unos cuantos cuños que confirman mi declaración.

La primera sutura fue de tres puntos, allá por los 10, cuando resbalé en el pavimento cumpliendo una misión de recogida del comando infantil familiar, que cosechaba naranjas ilegales de un camión estacionado. Llegué a casa mucho más tarde de lo previsto, a bordo del propio vehículo desvalijado, con una horrible tonsura… y una jaba de deliciosas naranjas que fueron mi único tratamiento.

Sobre los 13, dicen las crónicas juveniles que me propasé con una compañerita de aula que tuvo a bien aterrizar de emergencia una lata de mermelada, sin mermelada, en este estuche cerebral tan vulnerable al cambio climático.

Siempre he creído que mi esfera neuronal tiene un multiplicador especial para la fuerza de gravedad: allá por los 15, algo así como el fragmento de un meteorito, llegado de una galaxia desconocida, impactó unos pocos grados al Norte de mi oreja derecha. Si no extinguió dinosaurios en mi chola fue porque no los había, pero el impacto, se los juro, parecía yucateco.

La cosa no era nueva. Años antes, en mi pueblo fatal, había recibido otra pedrada trapera que marcó surco propio en la ruta neolítica que me ha tocado archivar para la posteridad. El autor —modestos que eran los chicos de entonces en mi pueblo— también quedó desconocido.

Aquello pasaba de castaño oscuro, así que decidí tomar medidas. Unas cuantas películas de Bruce Lee me iluminaron: me pondría fuerte y lucharía, a puño limpio, con aquella legión de invisibles ninjas rompecabezas. Así fue como una tarde, en pleno ejercicio de mi tensor muscular, el equipo se resbaló de alguna mano y me hizo una herida pequeña al borde de la ceja que sobre mis ojos lee lo que escribo. Iracundo, con sus ligas le reparé un par de sandalias a mi hermana Caridad.

Son cinco heridas. Mi cabeza parece un mapa de repúblicas exsoviéticas, sin embargo mi amiga me cree un santo. Pensándolo bien, tal vez lo sea: un santo con su aureola astillada, precariamente pegada con kola loka.

2 comentarios:

  1. Te leo y cada párrafo me hace sonreir.
    Tú tienes tu cabeza mala y yo... bueno, tengo 11 puntos dispersos por la cara.
    Afortunadamente no soy a las que les queda marcas cuando la sangre brota. Si no fuera por eso los 2 puntos en la comisura de la boca por morder un vaso te guiñarían un ojo y los lunares desaparecidos te contarían de los esparadrapos que me hacían imitar a Scarface.
    Nada, que parece que mi mamá creyó que yo era una muñeca de trapo.

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  2. ¿Será culpa de tu mamá? Parece que las puntadas te quedaron bien porque todas mis antenas sugieren que eres muñeca, pero no de trapo. A propósito, ¿a qué sabía el vaso?

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