viernes, 24 de junio de 2011

Paréntesis

(                                         ). Todo eso que está dentro del paréntesis definía a mi abuelo Carmelo. Murió muy joven, cuando mi padre era apenas un adolescente, de modo que yo no tuve el privilegio de su cariño. Parece una maldición familiar: así como no le conocí a él, mi hijo no conoció a mi padre, de modo que en días de cielos vangoghnianos me pregunto si la vida me dejará acariciar un nieto con estas manos que hoy tocan el teclado.

Carmelo era zapatero remendón y solía (                               ); así impresionó a María, esa abuela mía que, pese a su nombre de virgen, le dio 16 hijos… y le hubiera dado más. Dicen que una vez, su última vez, él sufría una gripe severísima y le pidió a ella le preparara el baño, que se dio el lujo de recordarle la camisa nueva que debía hacerle y a poco se acostó a su lado.

Como hacía miles de mañanas, en la del otro día también amanecieron juntos, pero formalmente separados por la muerte. El tiempo pasó y pasó, y se llevó en varios tajos a mi abuela, a mi padre y a casi todos mis tíos, pero no puede borrar este creciente paréntesis donde yo siembro las abortadas caricias de Carmelo (                                     ).  

2 comentarios:

  1. Cuídate todo: la voz, los ojos, el alma... hasta esas "manos que hoy tocan el teclado" para que puedas, un día cada vez más cercano, acariciar nietos. Te deseo más de uno.
    Lluvia de sensibilidades en la serie sobre tu familia. Muy buenos posts.

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  2. Gracias, Rogelio. Con este post terminé una pequeña serie dedicada a mis abuelos, un cuarteto sencillo y humano que merece eso y más. Ojalá se cumpla tu vaticinio y de aquí a unas pocas décadas una legión de nietos escriba un post sobre este abuelo escrutador.

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