Conocí
a Luis Hernández Serrano hace muy poco, allá en Cienfuegos. Como
los salmones con sus huevos, los cronistas cubanos remontan cada año los caminos
sin ríos de la Isla para depositar en Cienfuegos sueños que un día eclosionan en nuevas estampas.
Los
cronistas debían mudarse definitivamente a Cienfuegos; debían
cargar sus anotaciones de nervio y acuartelarse en esa ciudad, en
franco amotinamiento contra la abulia y la grosería que tanto
entretienen a tantos en estos tiempos de cóleras. Luis pudiera ser
allí nuestro vigía, un Rodrigo de Triana, porque nadie toparía
primero con los hechos.
Luis
es el periodista más pequeño de Cuba. Pocas veces he visto a
alguien proclamar con tal vehemencia su estatura. “Tengo apenas
cinco pies”, aclara el colega sugiriendo altitudes y uno, que le ha
leído unas cuantas revelaciones, entiende claramente: solo cuatro pies
de avance y uno de repuesto pueden explicar la velocidad de búsqueda,
hallazgo y presentación que este reportero tiene para las historias
novedosas.
Frente
al vasto museo de la noticia, pocos como él pueden decir que han
visto y cazado ejemplares vivos. Luis lo consigue, en efecto, porque
tiene cinco pies mientras el resto de sus colegas no tenemos más que
dos.
En
Cienfuegos, les decía, se hizo pasar por menudo, pero llevó sus
libros, cantó y contó, nos dejó enterarnos de sucesos de asombro,
regaló décimas, mostró (en una época de ocultamientos que
sugieren filmes de espionaje) parte de las claves de su éxito como
detective de esencias y entonces muchos, que para colmo le
conocíamos la firma, dudamos de su pretendido pulgarcismo.
Yo
tengo que agradecerle más. Que pasados sus 70 aquel maestro de la
información en Cuba soltara su maleta y me saludara con mi nombre
(¿de dónde lo sacaría?), que me obsequiara uno de los cinco libros
que llevó y hasta me revelara en primicia fraterna el notición de
interés mundial que va a publicar solo en unos días, al final de la
primera semana de noviembre, es mucho para quien solo viajó a
reencontrar amigos.
Yo
tengo que agradecerle que de los bolsillos minúsculos de su clara
guayabera brotara tanto afecto gratuito y que se detuviera a
conversar con el invitado presuntamente mudo del encuentro. Hablamos
de periodismo, de Cuba, de su paso por mi tierra y de mi hijo, de
modo que mi interés estaba garantizado.
No
sé por qué, en algún momento el maestro insistió en regalarme dos
pilas para mi grabadora. En principio le dije que no, pero él
(recuerden que tiene cinco pies) impuso su fuerza de titán. Y volví
a mi Camagüey con pilas que semejan fotos suyas, pilas que son el
símbolo de quien me las obsequió: un periodista lapicero, un colega
triple A, un vulvo que en poco espacio carga la poderosa energía que
solo lleva el amigo que se encuentra en el camino. Un grande, he de
decirlo, aunque a Luis esa palabra no le sea familiar.
Parece que es verdad...Este caimán está sin muelas!!!!!!
ResponderEliminarPues gracias otra vez. Homenajear a un maestro vale una estampa.
EliminarSin duda, tiene razón. Felicitaciones!
ResponderEliminarDoy fe de todo ello, gracias Milanés por escribirlo tan bien. un abrazo
ResponderEliminarNo, gracias a ti por leerlo. Y la coincidencia es un valor agregado de este encuentro. Un saludo.
EliminarLeticia: Perdona, no sabía que eras tú la que estabas aquí, ¿por azar o por causa? Otro saludo.
EliminarMe gusta este blolg... qué bien... ratifico, es un caimán sin muela... ¿es porque no muerde o porque vive alejado de los teques?
ResponderEliminarBueno, Yirmara, yo creo que a veces muerde, no sé qué diran otros, pero lo que sí puedo afirmar es que a este caimán los teques no le interesan ni un poquito. Gracias por llegar hasta aquí.
EliminarQué bien... de acuerdo contigo en los elogios a Cienfuegos... y al periodista grande que es pequeño de estatura... Me gusta el Caimán sin muela... Yo tengo un Pedazo de Cuba (pero a veces tiene muela)... jajajaja
ResponderEliminarEso es lo mejor de Cuba: que tiene un poquito de todo. Gracias otra vez.
EliminarBueno, una nota un tanto sorpresiva, pero en todo caso siempre digo como el coronel Valdés: ¡Viva Cuba libre! Un saludo.
ResponderEliminarMila, qué bien nos hace encontrar gente buena, y me incluyo aunque no estuve en Cienfuegos ni conozco a ese gran Luis, pero siento que sí, por carácter transitivo. Los posts como este son bálsamos.
ResponderEliminarSí, Yanetsy, la gente buena es el milagro de nuestro tiempo. Por eso hay que quitarse el sombrero cuando se les ve. Gracias.
ResponderEliminarMi hermano enriquito
ResponderEliminarEs una lástima que a pesar de la reunión de Cienfuegos los cronistas cubanos no tengan más espacio. Me gustó la crónica sobre todo esa manera de brotar afecto del bolsillo de una guayabera. Un abrazo, ah y sigue alimentando al Caimán.
Hermanito enriquito
ResponderEliminarMe gustó la crónica. El tocayo de las maravillas es merecedor de ese homenaje. Ese brotar amoroso del bolsillo de la guayabera no tiene desperdicio.
Un abrazo. Ah y recuerda que para nosotros vivir es imprescindible que sigas siguas alimentando al caimán sin muelas.
Muchísimas gracias, hermano. Ese texto apenas trató de repetir algo que siempre intento: cuando veo actos o seres que me parecen modestos y valiosos (una pareja poco mediática pero que suele andar junta) me interesa dibujar unos trazos de acercamiento porque, ciertamente, en estos tiempos de milenio turbio mucha falta nos hacen. Trataré de seguir diciendo cosas por aquí. Un abrazo.
Eliminar