Tal
vez ocurrió porque caminaba por la Avenida de La Caridad, pero el
asunto es que, la tarde del martes, una anciana pequeña asaltó mi
mano diciéndome:
—Me
engancho del primero que pase.
Así,
sin más ni más, enganchada su izquierda a mi derecha, seguimos
andando y los pasos alentaron sus palabras:
—No
sé por qué Dios me pone esta prueba. ¿Tú crees en Dios?
—No
–le respondí-, pero no lo tome a agravio; realmente no nos vendría
nada mal un Dios por estos lares.
—Yo
sí creo, pero a veces flaqueo. A veces no me siento capaz de pasar
su prueba.
El
camino avanzaba. Además de afirmarle el paso, yo quería aliviar la
angustia de aquella antigua mujer de porcelana, mas no sabía cuál
era su pena.
—Usted
tiene una fuerza que a mí me falta; tiene su fe –le dije para
animarla.
—Es
cierto, mi’jo. ¿Cuántos años tienes?
—Cuarenta
y seis.
—Ah,
naciste la otra tarde –acotó sonriendo.
—Pero
yo la veo fuerte todavía –le dije mitad sincero, mitad optimista.
—Ya
son 87. Esta fuerza es solo física, porque en lo espiritual…
Su
voz se fue quebrando. Habíamos andado unas tres cuadras y sorteado
un par de vehículos al paso demorado de sus piernas. Ella iba a
visitar a un hermano. Al llegar a una casona vetusta y señorial lo
llamó:
—Orlando,
ven acá. Este joven me trajo.
Orlando
tenía cara de haber enterrado tantos diciembres como ella. Me
preguntó de dónde conocía a su hermana y le contesté que apenas
de 10 o 15 minutos de caminata. Nos intercambiamos los nombres y los
muchos
gustos
y él, que viajó desde algún país del más allá para visitar a
los suyos, me comentó que actos como el mío le confirmaban que Dios
existe (en esa parte no pude dejar de preguntarme si él estaba al
tanto de los cálculos dificilísimos que el Creador le pone a su
hermana en los cuadernos).
Me
despedí: le dije a la viejita que cuando me viera de nuevo no dudara
en secuestrar mi mano; es más, se la hubiera dejado de haber sido
posible. Seguí camino a casa sin saber mucho del Cielo ni de sus
aposentos. Llegué, pero no he podido quitar de mi cabeza la
pregunta: ¿cuál será la prueba divina que inquieta a aquella
anciana?
Una bella anécdota. Escrita con talento
ResponderEliminarUna anécdota apenas, no más. Gracias.
EliminarNunca oíste hablar de la prueba de Job?? Es un pasaje de la Biblia :)
ResponderEliminarSí, Mar, algo he oido. ¿Cuántos Job quedarán por ahí? Un abrazo.
EliminarEsperemos que no muchos... la historia de Job no es muy alentadora :(
EliminarEs cierto, Mar: pocos pueden resistir lo suficiente como para ver la restitución de su dignidad. Un abrazo bíblico para ti.
EliminarSi algún día descubres cuál era su prueba divina, porfa, compártelo... Esta anécdota me ha estrujado el corazón. Un besito
ResponderEliminarDescuida, Yaima, lo haré. De momento, ya no puedo pasar por esa calle sin buscar a aquella viejita entre la gente. Un beso.
EliminarEsto no se hace. Me leo tu comentario y vengo a visitar tus aposentos de caimán desdentado y resulta que encuentro esta prueba... Tengo que seguir esforzándome. :D
ResponderEliminarTodos estamos a prueba, Rosana, aun cuando no tenemos las preguntas en la mano. Un abrazo.
EliminarAmigo, las pruebas de Dios suelen estar en esos pasos que no tenemos en cuenta y que andamos despreocupados, o simplemente atados a asuntos de la superficie. Cada persona es un misterio, somos islas flotando muchas veces a la deriva pero, siempre algo nos recuerda redescubrir lo importante.
ResponderEliminarAsí, amigo José: somos islas y a veces somos apenas cayos en una inmensidad inexplicable, pero lo más importante, según veo, es que aprendamos eso en el camino: a hallar lo esencial en las cosas pequeñas. Un abrazo.
ResponderEliminarMila, en el evangelio de Juan, capítulo 16, el mismo Jesús Cristo dice: "Estas cosas os he hablado, para que no tengáis tropiezo. Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios. Y harán esto porque no conocen al Padre ni a mí. Mas os he dicho estas cosas, para que cuando llegue la hora, os acordéis de que ya os lo había dicho. (...) He aquí la hora viene, y ha venido ya, en que seréis esparcidos cada uno por su lado, y me dejaréis solo; mas no estoy solo, porque el Padre está conmigo.Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo."
ResponderEliminarPruebas terribles pasan todos los seres humanos, pero no dijo Martí que "todo, como el diamante, antes que luz es carbón". La vida es un horno donde Dios nos refina para la eternidad. Manos ofrecidas como las tuyas dan fe de cuánto gozo Dios prepara para la vida eterna y de cuánta paz, a pesar de las pruebas, Cristo infunde en mentes nobles como las de Orlando y la anciana.
Rogelio: Es el tuyo un comentario muy documentado, pero más que por ello, lo agradezco por el tono de compañero de aula que veo en él. Veremos cuánto diamante sale del carbón que somos. Gracias.
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