Veintiocho años después, los expedientes se empeñan en repetirlo. En todas partes, el hombre pensaba en una mujer imaginaria que ya (aunque él no lo sabía) era mujer pero había dejado de ser imaginaria. La mujer, la no imaginaria imaginada, se acercaba, hecho a hecho, al destino seguro de aquel galán jamás cruzado en su camino.
Él la soñaba (ella era) hermosa, delicada, deliciosamente fragante… Apenas podía reprochársele una leve inclinación, a estribor, de su sonrisa, en cambio el detalle daba a sus labios un toque marinero. Solo faltaba que la vida juntara los pedazos; era cuestión de esperar el día X.
Y casi llega, solo que un poco antes (el día W, para ser policialmente exacto) un conductor soñador, con la cabeza perdida del volante, atropelló a una desconocida en la avenida. Dicen que era una mujer increíblemente hermosa, que ni el olor de la muerte pudo robarle la fragancia.
Los médicos forenses no la han identificado todavía. Al examinarla, les llamó la atención aquella boca sensualmente escorada, como mecida en un velero. Por más que buscaron, solo encontraron en su cuerpo una sonrisa inclinada a estribor por unos pocos grados.
No hay comentarios:
Publicar un comentario