Aunque a fina ninguna le gana, la expresión refería una práctica desagradable, hasta entonces ignorada por mí, a fin de cuentas un cándido inmigrante de corta data: en ciertos barrios de La Habana rotunda donde el agua es apenas una invitada veleidosa, los vecinos, que carecen en sus in/sanitarios baños del líquido de la higiene, hacen «popó» en ciertas bolsas que, a cualquier hora de la noche, sobrevuelan la vieja ciudad cual platillos voladores.
¡Fecalismo al vacío…! Yo, novicio en los chismes de la añeja San Cristóbal de La Habana, creí que tenía entre manos una historia extraordinaria y una tarde se la conté, con aires de autor exclusivo, a otra amiga que desconocía la «calificación», pero tenía elementos para elevar mi historia a otro nivel.
—Yo conversé —me contó— con una muchacha que vive semejante rutina. Un día, ella rellenó su bolsita y, como es educada y decente, bajó a la calle a buscar un depósito de basura donde descargar aquello.
Mi amiga prosiguió su contada: la muchacha caminaba tranquilamente hasta que un delincuente, que pasó en bicicleta, le arrebató aquel envoltorio de contenido desconocido —«¿dinero?», se preguntaría el atracador— que ella portaba con tanto celo.
Pero eso no es lo más garciamarquiano de la anécdota. Lo que le da tinte macondiano al asunto es que, a esa hora, la asaltada salió a correr, despavorida, en sentido contrario al del asaltante.
—Su miedo era —me dijo mi amiga— que el caco, al topar con la caca, sintiera ofendido su orgullo de malhechor y regresara a tomar represalias.
Genial jajajajaja que manera de reir . Mi vecina que siempre cree escuchar cosas y gemidos debe estar muy intrigada y curiosa con el estruendo de mi risa a estas horas, jajaja.
ResponderEliminarBuena idea eso de llevar la bolsa normal y otra con caca, malo si se roban la de los documentos, jejeje pues dinerito hummm
Gracias, Ava María. Soy consciente de que son anécdotas muy extrañas, pero tal vez por eso mismo quise compartirlas. Un saludo.
ResponderEliminarLo irónico es que no dudo que sucedan.Saludos
EliminarGenio, tú como siempre...lo significativo de lo que no lo parece pero si lo es..
ResponderEliminarAbrazos, hermano...desde Camagüey
Gracias, muchacho. ¡Qué bueno un mensaje de la tierra a esta hora! Por cierto, garantízame que en nuestra patria chiquita nadie vaya a copiar esta experiencia. Un abrazo.
EliminarLa muchacha debió ponerse más colorada que un tomate. Me alegra comenzar a trabajar leyéndote otra vez. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchacha, ¡qué bueno que ya estás trabajando de nuevo! Eso es seña de que la niña está creciendo. Un abrazo.
EliminarJajajajajajaja... Enrique, amigo... qué manera de reír con esta historia!!! Tanto así que a estas alturas temo el poder contagiarme con Leydi y robarme la historia. Ella y sus manías de robarse las cosas que le gustan... ya no solo se conforma con ello sino que nos lo inculca, jajaja. Abrazos... que tengas muy buen día.
ResponderEliminarGracias, Adanys. En realidad, esas dos historias me parecieron tan fuertes cuando las escuché que dije: hay que escribirlas. Y aquí están. Yo también me pregunto qué pensaría Leydi si las leyera. Un buen día para ti también.
EliminarEnrique:
ResponderEliminarNo soy del gremio ni de tu círculo de amigos, pero sí un coterráneo residente en tu querido Camagüey, admirador de tu estilo y seguidor de tu singular periodismo. Este cuento "fecal" por su forma pero de un contenido superjocoso. Tremendo vacilón......
Saludos
Joel: siendo muy exigente, mi círculo de amigos es lo más flexible del mundo: toda persona buena, aunque yo no la conozca, se puede decir mi hermano. Un saludo. Gracias.
ResponderEliminarJajajajajaja, qué buena historia querido Kike!!! Buenísima!!! qué manera de reírme!!! Ves... ya hoy termino el día feliz. Gracias.
ResponderEliminarBueno, Mar, si terminas feliz el día, yo estoy contento. Te extraño por aquí y por allá. Y no he entrado a tu Pedacito... por problemas de navegación o algo así. Un abrazo.
EliminarPero futuro esposo mío... yo estoy a sólo un teléfono de distancia!
EliminarTienes razón. Prepárate a escucharme pronto. Un abrazo marino.
EliminarQuizás tenemos la misma amiga... Ella me contó una tarde, muerta de pena, que cuando salía del edificio con su jabita matutina, se topó con la vecina de los bajos, fumando en la entrada.
ResponderEliminar-Entra, que tienes una llamada.
Debió haber sido una llamada muy ansiada, o una buena noticia, o el lance que soñó esa noche..., el caso es que diez minutos después colgó y salió a la calle.
Al llegar al trabajo, recordó con espanto que había dejado el envoltorio en casa de la vecina. Regresó corriendo. El marido de la fumadora la esperaba en la puerta, extendiéndole el paquete abandonado.
No hubo palabras, solo el portazo.
Ni siquiera yo encontré palabras (mucho menos palabras de aliento) al escuchar la historia. Años después, sigo sin encontrarlas.
Moorey: Parece que este tema tiene una saga infinita. Lo que me cuenta es igual de insólito, e igual de duro en su trasfondo, pero son nuestras historias. Gracias por llegarse aquí y escribir algo. Tenga buen día.
EliminarEste último comentario es tan dramático como gracioso. Duro, duro.
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