Mi sobrina Chanel, que termina el octavo grado en su escuela secundaria, hace en casa un trabajo independiente. Estoy cerca, en el cuarto que aceptó compartir conmigo, y me complace observar que —rara avis de la postmodernidad— cumple la tarea de manera verdaderamente independiente.
No obstante ella, que faltó a la clase en que lo orientaron,
tiene a mano el estudio que un grupito de condiscípulos realizara y del que Chanel
—en una iniciativa atípica en los adolescentes— pidió ser excluida para realizarlo
a solas. Aduce la mala letra, las hojas irregulares y otras apariencias de ese
informe. Yo le pido que me deje verlo y en seguida comprendo que la caligrafía
es el menor de los problemas que tiene.
El tema es España y la asignatura, Geografía. Bueno, pues los
muchachos tomaron un mapa y sin ningún rubor ubicaron España, más o menos,
donde debe estar —si es que no la mudaron y no me enteré, porque poco se habla
de ella— Mongolia. Y La Coruña
pasó a estar, según su notable innovación, en la rusísima Siberia.
Ante aquello, no sabía si reír o si llorar. Mientras decidía
qué hacer, Chanel me mostró, tal vez para que tomara partido, otro mapa de sus
amiguitos. Debían sombrear el país objeto de análisis y ellos, con generosa
tinta, llenaron toda la península ibérica.
—Ahora invadieron Portugal —le comenté a mi sobrina—.
Decididamente, tus amigos son terroristas internacionales.
Jaajajja, ay, querido Kike... como extrañaba tus historias!!
ResponderEliminarGracias, Mar. Tu problema es menor que el mío: yo te extraño a ti. Un abrazo.
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