En el acto por los 70 años de la victoria sobre el fascismo —por desgracia, inconclusa a todas luces—, el traductor que vertía al ruso las palabras del orador cubano me ayudó a ubicar otro probable origen de las tensiones entre dos colosos mundiales: el oso y el águila imperial.
A cada rato, según exigencias del discurso original, el
intérprete tenía que referir aquella palabra hasta entonces desconocida para
mí: «Imperialisma».
Imagino que desde algunos de los presidentes de antaño —que expandieron sus ambiciones más allá del reino de la Casa Blanca—
comenzara la incomodidad ante semejante cambio de sexo operado en la otra
lengua.
Hagamos un profundo análisis político: como están las cosas, cualquier día de estos se desata una
guerra cuya declaración el Pentágono pudiera
comenzar así:
—¡Y tú fuiste comunisma!
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