lunes, 4 de octubre de 2010

Mi gota

Por fin conseguí el atávico sueño de alargar primaveras. ¡He logrado domesticar una gota de lluvia! Llegó, según creo, en un aguacero de mayo, tímida y escurridiza, y poco a poco fue tomando confianza hasta que mudó todas sus cosas y dijo a secas:
 
—Me quedo.
 
Desde entonces la crío en casa —¿o me cría ella?—, encima del lavadero. Mi gota y yo alcanzamos total armonía porque cada uno respeta el espacio del otro.
 
Ya no vivo solo: ahora cae en mi apartamento un tic tic que no calla, una especie de lluvia infinita, casi bíblica, ideal para enmohecerme estos huesos devotamente ateos que en los días de truenos y centellas no le reclaman a Dios.
 
Pero grande como diluvio es también la ingratitud humana: no comprendo cómo mis vecinos menosprecian el milagro llamándole “filtración”.

4 comentarios:

  1. Sencillamente brillante....

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Melissa, por renovarme mis letras con tu mirada de joven.

    ResponderEliminar
  3. Cada vez que te leo me enamoro, Enrique. Aunque ya sé que, entre las mosqueteras, la rana y la gota, queda poco espacio y tiempo para nuevos amores. ;)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Rosana: Es fuerte tu piropo, pero juro que voy a aceptarlo tranquilo, sin dejarme "provocar". Nada, muchacha, estoy orgulloso de esos afectos que mencionas, pero siempre habrá un espacio, y una necesidad, de acrecentar amores. ¿Te arriesgas? Gracias.
      P.D. la gota ya no está sola. ¡Qué problema!

      Eliminar