miércoles, 15 de agosto de 2012

Una medalla

Una familia amiga, que sabe que la guayaba ocupa el dos o el tres en mi top ten de frutas, me regaló hace unos días una porción de ellas.

―Para que hagas batido, o una buena mermelada -recomendaron ellos, ¡eso quisiera yo...!

Las tomé, pero a más de que no sé hacer nada con una olla delante, en seguida me apareció un problema: no tengo batidora para hacer un batido, y carezco de coladeras para sacar las semillas como exige “una buena mermelada”. No voy a repetir que vivo en la sucursal más llana y arenosa del Sahara Pelado Corporation.

En fin, guardé aquellas esferas olorosas en mi nevera ártica hasta que otra amiga dulce que ronda los 80 me aconsejó al teléfono que hiciera unos casquitos, delicia simple que no demanda tecnología de punta a mi rústica casa, eterna despuntada.

Seguí su receta al pie de la letra, pero parece que en el camino sufrí algún esguince o lastimé consonantes de vocálico ardor: no pelé las guayabas y al cabo del primer y del segundo hervor quedaron unos cascos únicos, insólitos, brillantes, unos cascos plásticamente claros de dino Rex huevón que serían gorro de Michael Phelps o un protector tremendo a la siempre amarilla, girasólica oreja del Vincent más Van Gogh.

Ahí están, pueden verlos: mis casquitos son hitos: agrios y resecos, ásperos y elásticos, de la merienda fácil, la mejor negación. Más que un dulce casero, recuerdan la cubierta nuclear, el paraguas de horror que llevan los soldados a una guerra, recuerdan la coraza perfecta con que suele vestirse la mujer que a su pretendiente dice largo No.

Así, como este postre frustrado que imagino postrero, supongo sean los cascos azules de la ONU, sólo que ellos no llevan el sol en sus cabezas; no llenan de azúcar sus entrañas; ellos no cargan sus cartuchos de Vitamina C... y eso tal vez los haga frágiles, más huérfanos y endebles, con todo y sus fusiles, con todo y Ban Ki Moon.

Comer de mis casquitos semeja un acto bélico, por eso cuando acabo un vaso terrorista, cuando exploto en mi boca un pote bomba frente al televisor, me pongo sin rubores una medalla enorme que dice al noticiero sobre mi gran valor. Ningún veterano de guerra conocida, de contienda soñada, de refriega prevista, es más guapo que yo.

4 comentarios:

  1. Mila: la guayaba es mi fruta preferida, por encima de muchas, muchas, y todo lo que provenga de ella me encanta. Es una lástima que yo tampoco sé hacer nadita: los batidos me quedan aguados, la mermelada sin la azúcar que lleva y los casquitos, bueno eso nunca lo he intentado, ajjaja.
    Pero si hubiera estado en Camagüey estoy segura que al menos, nos hubiéramos sentado frente al televisor, para compartir las guayabas, al natural y sin peligro de nada, ajjaj. Un besi enorme

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    1. Sí, Melissa, hubiera sido mejor así. Ya, por suerte, salí del compromiso de comer ese invento. Gracias por sentarte a mi mesa, pese a los riesgos.

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  2. Mila, te voy a hacer mermelada, o mejor dicho, mi abuela, pero mi amor va incluido igual.

    tere

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    1. Gracias, María Teresa. Con ese ingrediente que agregas ya sabe genial.

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