Ramón
padece una artrosis degenerativa que deforma sus rodillas y les hace
cada vez más difícil mover un cuerpo de seis pies y doscientas y
tantas libras. Lo ha denunciado Elizabeth, su mujer, y también
Laura, una de sus tres hijas, quien en reciente declaración sobre el
tema conmovió todo una Isla.
Obama
pudiera tomar nota: dicen los familiares del reo que a este fortachón cubano
que algunos llaman El Oso la enfermedad le ha robado casi ocho
centímetros de altura y, como si los barrotes no fueran obstáculo
suficiente, caminar se le ha vuelto un tránsito de dolor.
Pero
en honor a la verdad hay que reconocer que el diagnóstico está
rodeado de “peros” y de objeciones: a este hombre, que como Martí
llevará por siempre las huellas de la prisión, se le recuerda
entrando al tribunal con las manos en alto en símbolo de victoria y
se le ve sumergido en el yoga o haciendo ejercicios físicos. En
pleno encierro, Ramón suma amigos, lee un libro, busca la escucha de
noticias cubanas y pelea sus únicas reyertas: las de ajedrez.
Contra
lo que sugiere su encarcelamiento injustificado, Ramón Labañino
mantiene al Norte de sus rodillas el sueño de abrazar a cada cubano,
un esfuerzo millonario. Entre las muchas suspicacias, sin embargo, la
que más pudiera desconcertar a Obama y a sus doctores es que, con
todo el peso que cargan, la artrosis degenerativa no haya podido
doblegar esas rodillas.
Ramón es muy terco: no ha querido enseñar a
arrodillarse a sus rodillas. ¿Habráse visto incultura mayor de unas
rodillas? En Cuba, la rectitud de rodillas parece enfermedad
nacional, rara epidemia. Un cubano arrodillado sería otra cosa; por
un cubano arrodillado, seguramente hasta el señor presidente hubiera
buscado ayuda.
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