Figo
es uno de los mejores amigos que he podido tener. Con su principal
“dueño” en África y el otro en Sudamérica, este can y yo nos
hemos estrechado las patas en un pacto de afectos que crece por día.
Cuando me acerco al barrio en que vivimos una cola en zigzag me
anuncia que en este mundo se me quiere todavía.
Sin
que él sea “mi” perro —¡vana manía humana de poseerlo todo!— soy
yo quien lo baña cuando “le toca” y él, tranquilo, se deja
asear con tal de no parecerse a ciertas personas que ladran por ahí.
La cosa, sin embargo, no es tan sencilla. El día del mes en que voy
a confrontarlo con el agua y llamo: “¡Figo...!”, de alguna
manera él adivina mis propósitos, se hace el desentendido y agacha
aún más su salchíchico cuerpo, pegado al suelo, para refugiarse
bajo una cama.
Nosotros
hablamos mucho. Además de las mismas percepciones sobre el amor y el
egoísmo, sobre el dinero y la virtud y otras antinomias que muerden
la sociedad y hasta contagian la rabia, los dos tenemos otras cosas
en común. La columna, por ejemplo. Los veterinarios —que debían
tratarme a mí, de vez en cuando— dicen que su columna alargada es
vulnerable a las lesiones y las hernias de discos. ¡Ni que
estuvieran hablando de mí...!
Además
de la salud, Figo y yo hablamos de otras cosas perronales. Hace poco
se me quejó de sus dueños. Resulta que, en equivalencia humana,
Figo, que tiene 11 años, ha vivido unos 64 abriles, lo que sugiere
que ya se adentra en la vejez. La cuenta, es bueno aclararlo, no es
esa socorrida multiplicación “por siete” que casi todos creen. Y
a sus 64, cuando debía dejársele en paz leyendo en el periódico
las crónicas de su amigo, a este perro le han hecho pasar por
trances inimaginables.
Primero
le trajeron a casa por un día y pico, para “hacer aquello” que
ustedes imaginan, una perrita, dizque salchicha y señorita
ella, en su celo inaugural. Y Figo, sin saber del asunto —porque
nunca había encontrado una buena muchacha de buena familia y talla
acorde con sus intereses—, sin haber recibido educación sexual ni
tener a la mano un colega de tragos con el que evacuar las dudas, no
quiso, no supo o no pudo pasar del intento. ¡Debe ser triste no
poder hacer su papel de perro! ¡Después —me confesó compungido—
vinieron mil ladradurías por ahí!
Aquello
lo deprimió, según me dijo desconsolado, pero aun sin recuperarse
del golpe, resulta que Kathelyn trajo a casa un cachorro loco, chau
chau nada menos, que le hace la vida imposible a nuestro anciano.
Cristiano
(Ronaldo), que así se llama el nuevo inquilino, no respeta la
solemnidad de mi amigo ni sus años de antigüedad laboral y roba
impunemente su comida, le muerde la cola, le ataca el hocico y rompe
su siesta como si tal cosa. En fin, que a pesar de sus nombres, no
creo que Figo le pase la bola al nuevo delantero.
Aunque
sus bautismos tengan idéntica inspiración futbolística y similar
origen portugués, yo no veo para nada un espíritu de equipo entre
esos dos. De hecho, si fueran a Brasil en este junio seguramente uno
de ellos le anotaría autogol al otro con tal de fastidiarle el
juego.
En
cambio Figo y yo sí tiramos la brazuca a la misma portería. Se lo
he dicho: si un día me fuera del barrio, él sabe que, así viejo
como está, es libre de olfatear mi ruta e ir a mi casa a tomar una
ducha, a filosofar un poco, a repasar los manuales para un eventual
segundo intento con aquella muchachita color café o a tomar una
clase de can-fu para enfrentar en un duelo a ese loco adversario que
crece por minuto con ínfulas de balón de oro. Yo siempre se lo he
dicho en tono de compadres, con mi pata derecha sobre su hombro:
—Dime sin pena, Figo, que para eso están los amigos.
Mila:
ResponderEliminarFigo seguro te será fiel como nadie, pero sabes que tienes amigos (as).
Yo no sé de ti para mí pero te siento amigo y conoces que te he dicho: "Aquí tienes un espacio, estrecho, pero lo tienes".
Más bien creo que el "suertudo" en esta ocasión es Figo, pues tú eres de esos, de los fieles, mis cariños.
Gracias, Cuqui. Justo ahora me hacen falta mensajes así. Claro que te creo lo que dices. Los afectos humanísimos como el tuyo y también los perrunos, como los del inefable Figo, son importantes para mí. Un abrazo.
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