Paso
por la bodega el miércoles en la tarde. Mayo envejece, la mayoría
de los vecinos sacó sus “mandados” a inicios de mes, así que
yo, que prefiero dejarle la cola a los más impacientes, llego,
cuando ha bajado la marea, a comprar lo que me toca a bajísimo
precio. Por mi derecha, un hombre se va satisfecho con el que parece
ser el producto estrella del inmueble: ron liberado; a mi izquierda,
una anciana cuenta y recuenta sus pesitos para pedir finalmente
varias cajas del otro fulano que aspira a pelear por el trono de
ventas: cigarro liberto.
Cada
uno está en lo suyo cuando saco la tarjeta de abastecimiento. ¡Ah,
la tarjeta, ese marcador genético de todos los cubanos! Hay quien se
mata sacando pasaporte… ¿para qué quiero otro si ya tengo la
tarjeta? Estés donde estés, si llevas encima una tarjeta no hay
aduanero del mundo que te confunda.
La
dependienta comienza a hacer cruces en la frágil anatomía de la
tarjeta y a mecer alimentos en la pesa, cosa difícil con los
frijoles porque, los pobres, no atinan a bajar el plato de la
balanza y casi tengo que pedirles que trotaran sobre el aluminio para
que pudieran zarandearlo. En eso llega el carnicero de al lado.
El
hombre la llama y comienzan a cuchichear. Se apartan y sostienen un
suave abejeo. Hay ceños fruncidos, manos en la boca, como en grandes
ligas, e inflexiones suaves pero moviditas. Me pongo a elucubrar: ¿De
qué hablarán tan misteriosamente esos dos? Como a veces sufro
inesperadas isquemias de lucidez, no tardé mucho en colegir el tema
de los arrullos.
Mirándolos,
estaba seguro que él le susurraba al oído:
—Puedo
escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo:
"La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo
lejos".
Por
la cara que ponía ella, a no dudar le estaría ripostando:
—Me
desordeno, amor, me desordeno cuando voy en tu boca demorada, y casi
sin por qué, casi por nada, te toco con la punta de mi seno.
Después
del diálogo en clave, la mujer continuó despachándome. Le pagué,
le di las gracias, tomé la ligera jaba con mis víveres del mes y me
fui a casa, sonriendo: ¡vea esta gente, que se cree que uno es bobo!
En
ambiente tan bucólico como aquel, entre frijoles y arroz, azúcar y
fósforos, aceite y café, ¿de qué otra cosa iban a murmurar tan
sigilosamente que no fuera de poesía?
Ufffff genial!!!!
ResponderEliminarGracias, Yaima. ¿Tú no has vivido una descarga poética similar? Un abrazo.
ResponderEliminarDespués dicen que no... pero la poesía está en todas partes!!!
ResponderEliminarLa poesía está en todas partes, pero dicen que se va a soñar al mar. Un abrazo.
EliminarExcelente post, voy a empezar a ir más a la bodega.
ResponderEliminarHazlo. Mírame a mí, voy una vez al mes y veo cada cosas. Gracias.
EliminarEnrique querido, ¿qué hago contigo? Cualquier día de estos voy y te rapto y te condeno a escribirme día y noche. Beso
ResponderEliminarBeso para ti. Y gracias, pero te advierto que no tengo garantía: si me raptas no se admite devolución.
EliminarExcelente!!!!!
ResponderEliminarCarlos Luis: Gracias mayúsculas por tu fidelidad a este espacio. Algún día tendremos que ponerle rostros a nuestra amistad. Un abrazo.
Eliminar