Era una tarde cualquiera. La parada del P2 estaba llena de
gente y aquí y allá se respiraba pesada angustia. La vendedora de cucuruchos de
maní, radiante frente a semejante clientela, parecía el único ser feliz en
aquel trance.
A mi lado, dos niñas de secundaria básica, en sus faldas
amarillas, sostenían a volumen público este
diálogo que me hizo olvidar que la guagua demoraba:
—¡Me embarcaste! Me dijiste que besara a Kevin, que sus
besos eran lo mejor de la escuela, y no sentí na' con él.
—Bueno, yo prefiero
descargar con Ernesto, ese sí te lo recomiendo.
—¿Tú sabes?, a mí me da un poco de asco la lengua. Yo
criticaba mucho el piquete de mi hermano, que se pasan entre ellos a una
chiquita ahí, y ahora estoy haciendo lo mismo.
—La que está escapá es Ana Lía. Imagínate, ella tiene una
lista con tres filas: en una pone a los chiquitos con los que descargó, en otra
a los que quieren descargar con ella, y en otra más a los que ella quisiera que
le descargaran. Y todos los días escribe en la libreta.
—¿Y por qué tu dices que está escapá? ¡A ti no te falta na'!
¡Tú puedes hacer lo mismo que ella!
Y uno que piensa que a veces esas historias son ficticias...
ResponderEliminar¿Qué será de nosotros el día de mañana con una generación así?
Abrazos
Es complicado, Carlos Luis. Yo no quiero ni pensar, por eso puse el diálogo tal cual lo escuché. Y que cada cual saque sus propias «contusiones». Hay que seguir apostando por formar muchachos mejores (siendo mejores nosotros) y no aceptar que en ninguna generación falte la virtud. Un abrazo, hermano.
Eliminar