miércoles, 5 de noviembre de 2014

Cuaderno de notas


Era una tarde cualquiera. La parada del P2 estaba llena de gente y aquí y allá se respiraba pesada angustia. La vendedora de cucuruchos de maní, radiante frente a semejante clientela, parecía el único ser feliz en aquel trance.

A mi lado, dos niñas de secundaria básica, en sus faldas amarillas,  sostenían a volumen público este diálogo que me hizo olvidar que la guagua demoraba:

—¡Me embarcaste! Me dijiste que besara a Kevin, que sus besos eran lo mejor de la escuela, y no sentí na' con él.

—Bueno,  yo prefiero descargar con Ernesto, ese sí te lo recomiendo.

—¿Tú sabes?, a mí me da un poco de asco la lengua. Yo criticaba mucho el piquete de mi hermano, que se pasan entre ellos a una chiquita ahí, y ahora estoy haciendo lo mismo.

—La que está escapá es Ana Lía. Imagínate, ella tiene una lista con tres filas: en una pone a los chiquitos con los que descargó, en otra a los que quieren descargar con ella, y en otra más a los que ella quisiera que le descargaran. Y todos los días escribe en la libreta.

—¿Y por qué tu dices que está escapá? ¡A ti no te falta na'! ¡Tú puedes hacer lo mismo que ella!

2 comentarios:

  1. Y uno que piensa que a veces esas historias son ficticias...
    ¿Qué será de nosotros el día de mañana con una generación así?

    Abrazos

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es complicado, Carlos Luis. Yo no quiero ni pensar, por eso puse el diálogo tal cual lo escuché. Y que cada cual saque sus propias «contusiones». Hay que seguir apostando por formar muchachos mejores (siendo mejores nosotros) y no aceptar que en ninguna generación falte la virtud. Un abrazo, hermano.

      Eliminar