viernes, 24 de septiembre de 2010

Ahorro

Siempre es clara la paz de los cementerios
Recuerdo que en la otra vida que es la infancia, en mi natal Santa Cruz del Sur se acostumbraba despedir el paso de los muertos con el encendido de las luces de los frentes y portales. La carroza funeraria avanzaba por las calles rumbo al cementerio y cada hogar le hacía al finado una silenciosa reverencia solar, tal vez como anticipo de lo que le esperaba por allá arriba. Supongo que era lindo marcharse tan radiante de este mundo.

Ya no está la costumbre; murió hace tiempo, o la matamos de un cortocircuito, y se fue a oscuras de ese pueblo en el que las noches parecen más nocturnas de la cuenta. Los muertos de ahora son muertos ahorradores que quieren irse en paz con sus parientes: “Imaginen —dice algún vivo perspicaz—, si cada difunto arrastrara a la tumba tres kilowatts de paseo, sus dolientes tendrían en la tarde otros motivos de luto”.

Es el ahorro. Ahorramos hasta la vida para que nos dure más. En mi mente no: allí derrocho cuanto quiero. Allí recuerdo los adioses claros a los viejos de mi tierra y sueño, de vez en cuando, que en algún hogar del sur quede un destello para el día que yo parta.

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