Acostumbrada a desconfiar, no bien pasados los primeros días del regreso de Ulises Penélope se dio cuenta del peligro: el gran guerrero ya no era del todo su marido.
El hombre que por fin amanecía a su lado sobre el manto cuidadosamente tejido, primorosamente deshecho, debió ser burlado por alguna troyana que planeó entrar en las noches a las sábanas más blancas de Ítaca y torcerle las ganas con su vientre de vértigo, su cintura filosa, con sus ojos de lidia y sus labios de miedo.
Ulises, el astuto Ulises, no sabía que, al volver a casa, en el pecho de querer a su reina le habían puesto un caballo de madera.
Con la que me da pena es con la pobre reina... Digo... ella lo esperó, no?
ResponderEliminarBueno, Marian, Homero y yo suponemos que sí, pero sería bueno preguntarle a Ulises. Él murió diciendo, no sé por qué, que su vida había sido una odisea.
EliminarBahhh... si se parece a la Penélope de Ley seguro que se puso un par de tacones rojos y salió de fiesta
ResponderEliminarClaro, Marian pero tú sabes que esas amigas de L cuando encuentran una de sus botellas se van de rumba y les da lo mismo que los griegos entren por el puerto de Santa Clara. Que las botellitas se las traen; yo una vez me tomé una...
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