Mis habilidades culinarias están aun por descubrirse. Hace poco compré un aguacate tan recomendado por el vendedor que uno no sentía ganas de comerlo sino de adoptarlo.
Ya en casa, para quitarle la cáscara tuve que pelarlo con un cuchillo, como si fuera una naranja.
—¡Uhhhmmm, parece que no estaba a punto! -me dije, una vez más burlado por el mercado.
Lo más curioso no fue eso, sino que a la hora de probarlo me di cuenta de que aquello sabía a mango verde. Pero no pierdo la fe: decidí pensar que todo el rollo lo produjo la versatilidad del aguacate
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