Los científicos, que con demasiada frecuencia despojan el encanto de las cosas, tienen una explicación para el hecho de que el pelo no duela al ser cortado: cuando alcanza la superficie —argumentan— ya está muerto.
Sentado en mi sofá de dudar —ese desde donde alguna noche dejo que el televisor me vea— yo escucho y asocio: pienso de nuevo en cada chispa de luz que en el firmamento nos anuncia la noticia de otra estrella cadáver. Desde que descubrieron esa curiosidad astronómica nos condenaron a todos a la culpa, porque ¿quién no ha pasado alguna vez por el trance morboso de alabar la belleza de una estrella… difunta?
Pero esto del pelo es demasiado. Me niego a creerlo. Me resisto a aceptar que la hermosura de la cabellera de aquella muchacha sea como el postrer suspiro de una estrella pasada.
Enrique... el pelo y las estrellas son como el cisne salvaje de Nogueras, si se descubren... mueren.
ResponderEliminarEs así, Mar, como bien dicen Luis Rogelio y tú. Vamos a hacer una milicia de neófitos para contradecir a la ciencia.
EliminarEnrique, me ha encantado este post, sobre todo porque, de vez en vez, me asaltan similares dudas. Lo del pelo, quizás lo creo; ahora, lo de la estrella... Qué arte tienen los científicos para desacralizarnos los misterios! Un saludo desde el Sancti Spíritus profundo.
ResponderEliminarGisselle: ¡qué bueno ver asomarse aquí a una amiga descreída! Gracias. Saluda a mis hermanos de la querida Sancti Spíritus.
EliminarMila, solo me pregunto: ¿Acaso seremos nosotros los difuntos? ¿Será que no hay dolor porque somos lo mismo? Ya lo dijo Ernesto Cardenal: "somos polvo de estrellas"
ResponderEliminarEs verdad, Yanetsy, sería interesante enterarse de cómo nos ven a nosotros las estrellas. Ves, aportaste un enfoque interesante al post. Gracias.
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