Charles Darwin no hubiera podido aplicarlo tan eficazmente.
Desde su puesto supremo en la cadena alimenticia, el sabio de ahora observa el
panorama de todas las especies, ve aquellas infelices, de pobre adaptación —que
trastabillan en la jungla de estos días y fallarán, sin dudas fallarán— y sigue
de largo, parando su estampida más allá de la marca.
La parte de la muestra con características mejor adaptadas
correrá por su vida. Llegarán velozmente y, en férrea competencia, harán valer
su condición de machos dominantes: individuos alfa llamados a perpetuar sus
rasgos mejorados, por los siglos de los siglos. El chillido tambórico será parte importante de la prueba.
Son esos, los seres vigorosos, los que pueden soñar con fértil
descendencia. Su dominio les permite total acercamiento, consentido o no, a las
hembras presentes en el reino del sabio. Ellas, a su vez, habrán lidiado con
múltiples congéneres para demostrar en combate la mejor condición. Y juntos, darán esos
hijos fuertes que desde edad temprana consiguen cazar a la vera del sabio mientras los críos débiles de parejas infautas estarán obligados a andar lejos de la manada.
¡Oh, misterios de la gloria! ¡Oh, injusticia en los libros! ¡Oh,
la maledicencia! ¡Oh, los pies en las nubes! Todos hablan de Darwin, pero nadie repara en el ser que a
diario nos da mil clases prácticas de la aguda teoría del inglés. ¿Dónde están
los científicos que no han visto los valiosos aportes del guagüero?
Jajajajaja, por lo menos sirve para identificar las especies ;)
ResponderEliminarClaro, muchacha, de algo me tiene que servir el estudio.
ResponderEliminar