Supongo
que hayamos sido los cubanos los inventores mundiales de eso que
todos llamamos crítica constructiva. No se refiere a la exposición
de criterios profundos sobre la construcción de edificios (que
tendría mucha pared por donde cortar) sino a la manera, por ejemplo,
en que se puede dar fustazos en la espalda de alguien esperando que
dicho torso muestre artísticas rayitas dignas de figurar en un
catálogo.
Yo
pienso que la crítica es la crítica y -parafraseando
cierta sentencia popular sobre la técnica-
sin crítica no hay crítica. Porque cuando empezamos a buscarle
apellidos, le pasa a esta señora lo mismo y lo contrario que a Doña
materia: se transforma en otra cosa... pero se crea y se destruye.
Casi siempre, donde se intenta una crítica constructiva quedan una
crítica destruida y un chapucero ileso.
Hablando
de destrucción, también en este campo podemos plantar patente.
Con
solo 15 años, mi hijo Daniel acaba de incursionar en el elogio
destructivo, una especie de contrafigura de la dama a que aludía.
Resulta que el sábado él fue a mi casa, a vernos, a conversar y a
buscar, en mis no muy poderosos “archivos”, datos para estudiar
sus muy poderosas tareas.
Estaba
en casa mi hijo, la visita más importante que puedo recibir, así
que previamente tuve que ir al mercado a dejar que los verduleros me
hicieran sin jeringuillas otra severa extracción de sangre.
Mientras Daniel estudiaba preparé el almuerzo lo mejor que pude y al
mediodía, sentados juntos a la mesa, le comenté en un ataque de
autocrítica constructiva:
—Dany,
no quedó muy rico, ya sabes que Papá no aprende a cocinar. Eso sí,
está hecho con amor.
A
esa hora, por supuesto, yo esperaba una palmada a mi esfuerzo y un
diploma a mi cariño, pero los muchachos siempre nos dejan chiquitos.
—No
te preocupes, Papi, está sabroso -respondió
mi hijo llenando mi autoestima, para en un instante rematar-...
¡comparado con el que dan en la escuela...!
Ánimo, Mila, y practica... ya por lo menos sabes que alguien lo hace peor que tú, y eso es algo... ¿quieres que te recuerde la receta de arroz con tocineta?
ResponderEliminarBueno, un recordatorio no está de más. Y de paso me recuerdas la tocineta. Gracias.
EliminarÁnimo, Mila...bah, te hará falta algo de práctica para la cocina, pero yo sé para lo que no necesitas practicar, porque nadie hace mejor que tú en ese Camaguey: crónicas!! y de paso me robo esta, a ver si se me pega el buen escribir...por cierto, esta semana pedí a mis estudiantes algunas crónicas que les ha gustado (estudiantes de 5to de Periodismo!!) y entre las que leyeron, habían tuyas...eso me emocionó!!
Eliminarun abrazo, se te quiere (aunque me pierda de vez en cuando, no puedo vivir sin tus letras)
Leydi: estás echando a perder a esos estudiantes. Mira que después no podré llevarte café si te becan por corrupción de alumnos. Bueno, en serio: ya estaba preocupado por ti (o mejor dicho, por mí). El caimán hasta echó una lagrimita verdadera. Y por cierto, ¿de dónde sacaste ese Mila? ¡Mila, muchacha, que se lo digo a Dara! En fin, llevate este abrazo que ha cogido polvo, esperando por ti.
EliminarMejor una verdad que una mentira disfrazada..., digo yo.
ResponderEliminarAsí mismo, hermano. La verdad por delante, aunque sea un chiste crítico. Un abrazo.
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