Mis héroes no son tipos muy afortunados que digamos. No son de la clase del chico que al final termina besando a la chica más jugosa. Los músculos no les van y sus destrezas son más cerebrales que físicas.
Mas no los cambio: me quedo con el Martí angustiado que en su lección más alta dijo un día: “Sé desaparecer”… y desaparecido sigue apareciendo. Me quedo con El Quijote, hidalgo cascarrabias tan repetido ahora por los mismos molinos que enfrentara.
Quiero conmigo a Rulfo, fatal farandulero, un escritor amargo, sin “onda”, sin poses, sin camas múltiples y casi hasta sin libros. Me llevo en mis afectos al Ghandi que me lleva, ni una piedra en su mano, ni llena la barriga ni el corazón contento.
Admiro sin cesares a Van Gogh, el gran cuerdo holandés que aseguró que en este ingrato mundo nunca nos falten girasoles. Me quedo con Mandela, tan negro en un país que pretendió blanquearlo en negra celda.
Otros héroes mayúsculos son para mí el hombre que murió no se sabe cómo y está enterrado nadie sabe dónde, sin más flor que una gota emigrada de una nube; el padre anónimo que sabe besar a su hijo macho y camino a sus canas no olvida la receta de cómo se cocina lágrima en cazuela, y el maestro que solo aspira a ser una letra pequeña en el abecedario loco de cualquier muchachada.
Esos son algunos; hay más. Mis héroes se conocen entre sí y a menudo se sientan a una mesa a decidir calladamente cómo seguir salvando el mundo, aunque muy pocos lo agradezcan.
Un beso para mi héroe que escribe con el alma, mariposas
ResponderEliminarGracias por considerarme así, CL, pero me tensas: me obligas a derribar un molino cada día.
EliminarSelecta galería de héroes, Mila. Estos son los que perduran, aunque no vayan a salir nunca en el hit parade de los más "tocaos" de People o Vogue. Comparto tu mismo "mal" gusto.
ResponderEliminarNo, María Antonieta, definitivamente ninguno de ellos arrebata a la gente en estos tiempos. Sin embargo están llenos de verdades.
EliminarMila: disculpa mi ausencia de estos días, estaba nuevamente por aquella ciudad, aprendiendo a escribir... y te extrañé!!! claroo... y ahora vengo, abro la pc, y me encuentro este post!!! nada, mejor.
ResponderEliminarY qué decirte: pues tus héroes son los que me matan, son los que busco sin importar las oscuridades, son los que necesito, preciso, en fin... aunque a veces no los encuentro. Me voy a quedar recostada en este post mientras tanto. Un besi.
¡Qué bueno, Melissa! Te dejo con mis héroes; conversa con ellos. Un beso.
EliminarIban diez mil soldados bajo la lluvia
ResponderEliminary el cielo gris;
diez mil rostros amargos bajo el casco de acero,
marchando por el lodo sin fin.
Uno solo, entre tantos, sonreía:
Era el soldado John Smith.
Cuatro semanas antes,
en el momento de partir,
diez mil madres lloraban. Una sola
sonreía, feliz.
Una sola. ¿Sabéis quién era?
-La madre del soldado John Smith.
En su granja de Ohio,
cuando la feria del maíz,
una gitana de ojos remotos
y brusco perfil,
contempló largamente la mano
de John Smith.
-”Generales y emperadores
se descubrirán ante ti…
Veo un desfile de estandartes
y un monumento en el confín…
Hallarás la gloria en la guerra,
John Smith”
Bajo la lluvia
y el cielo gris,
marchan hacia la muerte diez mil hombres
que no quieren morir.
Sólo sonríe uno, alto, flaco, pecoso:
se llama John Smith.
Sólo una, entre diez mil manos,
acaricia el fusil.
Quisieran decir que no, diez mil bocas.
Sólo una dice que sí.
Son la mano y la boca del soldado
John Smith.
Y cuando un oficial desenfunda su sable
y un hombrecillo sopla un clarín,
el primero en calar la bayoneta
y disponerse a combatir,
el primero de todos,
es el soldado John Smith.
Y allá va, chapoteando en el fango,
con un heroico frenesí.
Se siente capaz de algo grande
y seguro de no morir.
Es el que siempre va delante:
es… John Smith!
Ya han muerto Jack, y Dick, y Denny.
Y otros cien más. Y luego, mil.
Pero él recuerda a la gitana,
cuando la feria del maíz:
“Hallarás la gloria en la guerra,
John Smith!”.
Sí: es el único que sonríe…
Pero deja de sonreír.
Un asombro agranda sus ojos
y su mano suelta el fusil.
Con un hueco negro en la frente,
cae el soldado John Smith.
Junto al viejo molino,
de ruidosas aspas de zinc,
en la abandonada trinchera
que parece una cicatriz,
se oye un ruido de palas
y alguien dice: “Cavad aquí…”
Hermoso sol, clara mañana
de abril.
Ya se van viendo los cadáveres
de los que no querían morir.
-Hay uno, con un hueco en la frente,
junto a un oxidado fusil.
Y es colocado en un suntuoso
ataúd de marfil,
y conducido solemnemente
por los bulevares de París,
y depositado en un monumento
de mármol rosa y piedra gris.
Generales y emperadores
se descubren al pasar por allí,
y resuenan las botas de los regimientos
entre intermitentes toques de clarín:
En la tumba del Soldado Desconocido,
reposa para siempre John Smith!
Mar, mil gracias por regalarme esta Balada de Buesa (¿o acaso de John Smith?); por lo que obsequian tus olas es que me tienes así: caimán que pierde su muela con tal de acercarte aquí.
EliminarEn cuanto leí el post sabía que tenía que hacerte este regalo.
EliminarMe gustan los cocodrilos :)
Y a mí me gustan las olas. Juntos seríamos un peligro público.
EliminarMezclo mi admiración y respeto por tan buen escrito, no es necesario agregar palabras porque las vertidas dicen lo que siento.
ResponderEliminarJosé, pues a mí sí me resulta necesario agradecerle sus continuas visitas por aquí. Gracias por acompañarme en el respeto a estos grandes hombres. Reciba un saludo.
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