Mi tobillo derecho muestra una tenue cicatriz. El tiempo, que es un tipo duro e insensible, persiste en nublarla cada vez más. Y yo trato de conservarla con un marcador de hechos gratos que escondo en mi cabeza.
Me hice esa herida hace casi treinta años, en un cayo escondido allá por Las Doce Leguas, al Sur redundante de mi Santa Cruz sureño. Cortaba palos con el viejo para levantar un rancho en el patio de nuestra casa y el machete rasgó también abajo del delgado tallo que semeja una de mis piernas.
La sangre no llegó al mar: sereno, el viejo rompió su camisa y con la picadura del cigarro hizo una pasta que no sé por cuál arte o sugestión detuvo el peligro. Después de una semana lejos del mundo, regresamos al pueblo en un barco de pesca cargados de aquellos cujes. Yo llegué a casa acompañado de una nueva cicatriz.
Como gran agente del servicio secreto, el tiempo es frío y calculador y empuña en su diestra un revólver borrador: tumbó de un disparo el rancho que hicimos y en una emboscada de malignas células después se llevó a mi viejo, pero aun no ha podido ganarme nuestra disputa de señales en el pecho. Con la anécdota, yo lustro a menudo mi cicatriz, esa marca en mis mapas para encontrar los mejores recuerdos de mi padre.
Mila, tu cicatriz es un tesoro. Cuídala mucho.
ResponderEliminarYo una vez me enamoré de una, ajjajaa.
Un beso bien grande
Eso hago, Melissa. Así como a ella, cuido a los grandes amigos como tú. Un beso.
Eliminaryo en vez de cicatrices tengo lunares :)
ResponderEliminarDeben ser hermosos los lunares marinos. ¿Será adivinándolos que escribí aquel post (Paseo lunar). Gracias por venir; siempre me honra.
Eliminarla que se siente honrada soy yo, no todos los días se puede leer a un genio ;)
EliminarBueno, Mar, vamos a "sellar" aquí esta partida. Tenemos tiempo para mucho más. ¿Verdad?
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