jueves, 2 de febrero de 2012

Lola

No sé cómo será la cosa en el extranjero, pero al menos en Cuba, cuando alguien menciona la frase, un tanto fuerte, “el bayú de Lola”, no está refiriendo castellanamente “el burdel conducido por la compañera Dolores” (que no tenemos de esos aquí) sino sugiriendo que algo está de veras patas arriba.

Y si le comentan a usted que su empresa, su casa o hasta su familia semejan el lugarcillo de marras, pues entienda que se le hace la crítica más mordaz. Así que puede lo mismo sumergirse en una meditación ascética que dedicar a ese prójimo un jab de izquierda de estreno.

Yo, que he visto más de una filial del sitio mencionado, viví de niño una experiencia interesante. Resulta que la bodega en que mi familia compraba los víveres de la cuota normada, en Santa Cruz del Sur, se conocía precisamente como La tienda de Lola.

Nadie se equivoque. Allí reinaba el orden y trabajaban bodegueros cuya honradez podía comprobarse, grano a gramo, en la balanza. Pero según decían, el local, el inmueble en sí, era la antigua sede de una casa de tolerancia que fue cerrada por la Revolución. Entonces, a un lado se abrió la tienda. Y al otro quedó… la vivienda de Lola.

Lola, que al parecer había sido tasadora de muslos, cazadora de hombres, árbitro de alcobas, comerciante imparcial de favores ajenos, era ya una viejita respetable que pasó a vender pan, frijoles y arroz como antes vendió más de mil calenturas sin pasar por la pesa.

Se le veía siempre aseada, vestida con pulcritud y sobriedad, sumergida en el llevar y traer de aquellos cartuchos de papel que unos años después se extinguieron dinosauricamente. Después no la vi más: se perdió ella o me fui yo, no sé, no recuerdo el detalle, pero en mi memoria, al lado de los “mandados” de mis padres que yo hacía a regañadientes, está la imagen de aquella anciana con un nombre y una historia harto pintorescos.

Tal vez todo haya sido coincidencia, o imaginación de muchacho que oyó más de la cuenta, pero lo cierto es que, todavía, cuando escucho la expresión que inicia esta estampa, rescato de su muerte y de mis años a aquella mujer y la vindico: hoy veo más de un lugar con la mitad de la frase, pero no tienen en ellos una Lola.

6 comentarios:

  1. Bella historia y magnífica forma de narrarla. Un besi desde estos otros ojos que ya nunca se cansarán de llevarte en la pupila.

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    1. Gracias, Melissa. Un elogio de una alumna del Onelio vale doble. Un beso.

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  2. esto me recuerda el cunto de nelson gudín de la cafetería en moneda nacional... si quieres te onrinas en una esquina, si quieres pagas si no también, eso queda entre proletarios..... la verdada es que andamos falta de institucionalidad, que es como creo que se llama decentemente al ballú sin Lola.... saludos.

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  3. Bueno, Alejandro, esta estampa pretende solo recordar un tipo de personaje que ya no existe, este es una especie de post anacrónico, aunque es obvio que hay muchos relajos innombrables todavía que sería muy saludable dejar atrás y decirles como decía el gran Bobby Salamanca a la pelota que se iba de jonrón: "¡Adiós, Lolita de mi vida!"

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  4. Gracias, Izmatopía. Esta es una de esas historias sencillas que arrancan de nuestra infancia y no nos dejan. Un saludo.

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