Hace unos 25 años, cuando mi primo Eusebio ganó su beca de ingeniero, muchas personas queridas, comenzando por la familia, solían estimularlo:
—Tú ves, eso sí es una carrera, no lo que Enry cogió. ¿Pa’ qué servirá ser periodista…? –preguntaban con los hombros encogidos y la mueca más torcida que tuvieran a mano.
Así fue. Desde mis días universitarios tuve que lidiar con un menosprecio que —cándido yo, que lo creía pasajero— apenas estaba comenzando. Porque una vez graduado comprendí que la desestima a esta “inservible” carrera parecía, parece, ir a puro galope. Veamos:
A un periodista se le suele criticar por ser criticón o por no criticar nada, da lo mismo. Si escribe mucho: “¿Qué se cree este?”; si poco: “Y ya ni trabaja…” Cuando se rompe la cabeza buscando esencias sublimes se le acusa de tipo complicado y si, por el contrario, es escueto y directo, más de uno se pregunta para qué cara... coles pasó cinco años en una ilustre universidad: “¿Será que no iba a clases?”
No faltan intelectuales que nos niegan esa condición y hasta en el propio gremio algunos despistadillos presumen que abandonamos, por lento movimiento o poca venta, las células grises tan caras al muy admirado Hércules Poirot.
Los jefes de cualquier cosa ocupan un sitio especial en los cariños reporteriles. Si hablamos de los éxitos de la empresa, “¡Qué talento el del muchacho…! Debemos invitarlo más”. Pero si exponemos al público lo que esconden las alfombras y tapan las cortinitas, alguna barriguilla no nos querrá por allí: “¡No quiero ni verlo!”
Hay más. Hay solidaridades que para qué contarles. El otro día me encontré con el padre de un amigo de la infancia: “Ponte a vender algo, con la cantidad de gente que conoces, tú verás que haces dinero”, me aconsejó en un susurro lleno de afecto. Alguien me recomendó alquilara en divisa el cuartico que no uso y otro, más audaz, sugirió que le guarde allí cebollas, tomates, y si es preciso manzanas azules o cuellos de jirafas gordas a algún vendedor del mercado que a cambio me tire un cabo: “Eso no falla, mi hermano”.
La galería de gente que apuesta por elevar mis ingresos —dizque a ver si no tiene que ingresarme— cuenta también con los que quieren hacer de mí, a todas todas, un profesor de quién sabe qué: “Oye, te lees un librito y ya. ¡Piensa que son 300 tablas!”.
Muchos me quieren. Sin embargo no tantos parecen querer lo que hago. Ya no me tiran al piso solo ante el trabajo de Eusebio: como cualquiera gana más, si es universitario, porque lo es, y si no, porque está en un sector que produce tornillos con cáscara verde que sustituyen importaciones —¿acaso nosotros no evitamos, con las nuestras, la compra de toneladas de ideas extranjeras?―, cualquiera se siente más importante. Y los rayos de Neptuno no alcanzan para atacarnos.
Sin embargo, terco como me maltengo, no cejo en mi elección. Cinco lustros después sigo pensando que mi carrera es mucho mejor que la de mi primo. Y si es cierto que como ingeniero él ha conocido el planeta, y sabe lo que es un salario de verdad, yo me las ingenio como puedo y he conocido el mundo interior de los cubanos, por cuyas almas de altibajos no dejo de viajar. Ser periodista sirve para eso.
Bien , Mila, así todos podrán disfrutar de este regalo a las neuronas y al humor como hice yo. Tere
ResponderEliminarSí, María Teresa. Esta vez tuviste la primicia. Gracias por leerla; yo sé que tú serás de las que sabrá apreciar para qué sirve nuestra carrera, pese a cualquier "pero".
ResponderEliminarGenial!!!!!!!!!! comparto contigo todos, todos, todos esos sentimientos... Justa defensa... graciasss... Y aquí también estoy, para seguir conociendo mundos interiores que sirven de muchísimo. Un besi
ResponderEliminarMelissa: Yo sé que eres de las que permanecerás en el gremio. Tienes marcada en tu frente, con el fuego del amor, la sensibilidad que hace falta para hacerlo.
ResponderEliminarPues sí… definitivamente existen quienes enaltecen la profesión y su sentido sin igual, o al menos la engrandecen sin importar cual sea, por ejemplo: mi “yo ingeniero” comprendió desde antes de nacer que por más que intentase le sería casi imposible relucir las cuatro cuadras que transito de casa al trabajo como Antonia, que cada mañana, bien tempranito cuando estoy por comenzar mi jornada, ella da los últimos toques a la suya y le esboza un -Buenos días- genuino y sonriente a cuanto ciudadano transita las aceras de “su calle”.
ResponderEliminarMila, a mí me ha servido para muchas cosas que valoro buenas. El periodismo en Cuba me ha enseñado a usar la duda como método, a no creerme nada de lo que me dicen hasta que no lo compruebo cierto a lo Santo Tomás, con mis propios ojos y manos. Me ha servido como aguijón personal para no dejar de prepararme, de estudiar, de leer, porque sé que nunca será suficiente. Me ha servido para conocer mucha gente buena y para aprender a reconocer las malas y cómo lidiar con ellas. Me ha servido de arma para luchar batallas y ayudar a prójimos.
ResponderEliminarPero más allá de lo que pueda servirme él a mí, prefiero hacer como me has enseñado tú, prefiero averiguar cada día en qué puedo servirle yo a él. Al final de las jornadas compartidas con mi profesión, si logro bien-servirla, estaré más que satisfecha.
Milanés gracias por hacerme reír y a la vez vanagloriarme de nuestra profesión que no es la más remunerda ni mucho menos, pero remunera el corazón.
ResponderEliminarGracias, Ariel, por llegar aquí por primera y llegar en un post como este. Somos muchos los enamorados de esta carrera adictiva y noble, tal vez como ninguna.
ResponderEliminarSí, María Antonieta, yo sé de cuánto te sirve, y cuánto tu sirves, a este carrera. Espero podamos "correr" juntos un buen tiempo. Un beso.
ResponderEliminarEn efecto, Glenda. El buen periodista suele tener un gran corazón. Y la humildad, aun extrema, debe ser fuente de orgullo.
ResponderEliminarFlaco muy bueno. El periodismo te ha servido para que te estimemos más. No te rindas
ResponderEliminarNo, Rafelito, rendirme no está en mis planes. Nunca. Gracias por tu par de visitas. Repite.
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