Hay quien se pasa la vida buscando a Jesús. Yo no sé mucho del más mediático de ellos (apenas un anuncio de un muy anunciado vuelo que no llega), pero he encontrado dos grandes amigos con ese nombre.
Del más joven, del sensible periodista que en La Habana firma letras que quisiera hijas mías, he escrito alguna vez. Hoy voy a hablar del otro Jesús, del profesor que me abrió su mano y su casa cuando hace cuatro años llegué en mi platillo volador al barrio donde vivo. Voy a hablar, en ausencia, de Jesús Rivero.
Del más joven, del sensible periodista que en La Habana firma letras que quisiera hijas mías, he escrito alguna vez. Hoy voy a hablar del otro Jesús, del profesor que me abrió su mano y su casa cuando hace cuatro años llegué en mi platillo volador al barrio donde vivo. Voy a hablar, en ausencia, de Jesús Rivero.
Este Jesús es profesor universitario, Master en Ciencias, un tipo “leído y escribío”, como en Cuba decimos, pero incluso esa etiqueta le queda pequeña. Jesús es medio albañil, un poco de carpintero, soldador experto, atrevido electricista, artesano del espacio (como diría Van Van) y otro puñado de cosas.
Sin embargo, su mejor oficio, su especial profesión, es ser cabeza y cuerpo de familia. Su familia es una sobreviviente de la Era del Hielo, cueva privilegiada, Arca evacuada a tiempo a la que la emisión de humores contaminantes de la especie no ha podido menguarle grados centígrados de amor ni derretirle las bases del hogar.
Este amigo llegó hace unos días a un pueblito de África llamado Micomeseng. Micomeseng es mucho Micomeseng: no sale ni en los satélites, que solo alcanzan a mostrar una intenso matorral. Tan escondido en pueblo escondido está ahora mismo este amigo. Allá fue a soldar afectos, carpintear ayudas, encender bombillas cerebrales... a enseñar, sea dicho más concretamente.
Eso está bien, mas no nació de ahí la chispa de este texto. Lo más hondo para mí es que este ser tatuado de familia me dejó, antes de irse, una misión: fui nombrado en solemne jodedera como el primer auxiliador, el gerente de apoyo, el administrador solidario de su casa mientras él falte.
Y aquí estoy yo, orgulloso de mi misión. Ya tuve que arreglar el mango de un instrumento de limpieza, ya pude detener, en un operativo digno de las SWAT, a una rana, presunta terrorista, que sacó corriendo a su Katelyn del baño. Ya quise recordarle a su Figo, con mi mano de acariciar, que todavía el hombre es el mejor amigo del perro, y continué la larga charla con su amada mujer.
Parece que, en efecto, tengo un cargo importante. Por eso el otro día, cuando hablaba con su Teresa del año que nos falta para verlo venir de vacaciones, no pude menos que reiterarle mi fe nueva:
―Verás que sí. Verás que Jesús viene pronto.
UFFF!!! sí, Jesús vendrá pronto... como también espero yo que Milanés venga pronto a Cienfuegos.... Un beso. (si necesito guardianes para casa, te aviso).
ResponderEliminarClaro, Melissa, avísame. Otros tienen un perro, pero tú puedes tener un caimán cuidando tu casa. Un beso.
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