En mi familia soy algo así como el renegado, el chico malo, el “disidido”: mi madre y seis hermanos viven como Dios manda, frente a algún mar, y solo yo me he alejado de la orilla para instalarme en una ciudad mediterránea, mediespinática, medipunzante...
Este sitio que habito (y no ha podido habitarme, como le pasa con el suyo a una amiga todo Ojos) vive la angustia de sentir la daga en el cuello. Su verdugo es el marabú ―del que he escrito algo y espero firmar larga saga―, ese arbusto que practica vudú con la ciudad: sospecho que hinca sus espinas en puntos sensibles de la maqueta para ponerla en apuros.
Es por eso que, cuando este oscuro arbolito sin Navidad hunde sus garfios en una guagua, a nosotros nos toca apretarnos o caminar; cuando pincha una placita, las viandas se pierden, cuando taladra un tinajón quedamos con poca agua; y cuando perfora un billete, los precios suben a esas lejanas nubes que dificilmente podamos mirar de tú a tú, desde un avión.
No es culpa de ella, de veras, Camagüey es bellísima ciudad, pero tanta espina cerca no la puede enriquecer. Este implacable espadachín que la amenaza solo puede ser frenado por el mar, ese amigo de infancia del que un día me alejé; el mar, único “muñeco” al que nunca le hacen daño las agujas.
en la tierra el marabú, en el río las clarias, en la costa norte el pez león... ya solo nos falta un pájaro asesino que nos contamine igual el cielo, pero no va a pasar porque dios aprieta pero no ahoga, jeje. un saludo al caimán.
ResponderEliminarAmigo mío, de todas las crónicas y todos los tiempos, ya sé, ya sé que te hacen mucho daño esas espinas y que muñecos como esos y manos como esas habitan los sitios de todos. Pero yo te ofrezco un pedacito de mi mar, de mi ciudad, de mis ojos, de todo cuanto pueda hacer para que no te lastimen más esas malditas agujas. Un beso enorme (con alcohol y mercuro cromo)
ResponderEliminarClaro, Alejandro, yo sé que ese pájaro no vendrá. Tiene que darnos un chance para escribir esta notas.
ResponderEliminarGracias por compartir tu mar, Melissa. Es muy generoso quien ofrece el mar. Si no fuera por las anclas, un día naufragaba a tiempo completo en un mar así. De todos modos, tus curas curan.
ResponderEliminarYo nací en el mismo corazón de la ciudad sin mar, y también sufro estas agujas. Esperemos que sea algo pasajero....
ResponderEliminarYo también amo tu mar del Sur, de esa Santa Cruz que también es mi hogar.
Carmen Luisa
Mila, esperemos no morir de esta magia negra y espinosa que nos engulle acre a acre la tierra otrora tan fértil de nuestra villa. Un beso esperanzado de Tunie.
ResponderEliminarEsperemos que sí, Carmen Luisa, que con esas agujas tejamos un Camagüey mejor. Gracias por amar mi Santa Cruz y por volver a este blog.
ResponderEliminarCompartimos la esperanza, María Antonieta. Quisiera pensar que en un siglo no lejano al marabú se le halle en un pedacito de algún jardín botánico.
ResponderEliminarNo sé qué me pasa, pero últimamente veo marabú por todas partes, marabú que camina y echa raíz en inciertas almas.
ResponderEliminarSí, Yanetsy; también yo veo mucho de ese. Creo que está más vigoroso que el otro. Por desgracia.
ResponderEliminarNo, por favor, no se me pongan melancólicos ni pesimistas. Hoy decreto el día oficial de limpia contra el marabú mental. Así que no podremos en 24 horas dejarnos rozar por la más mínima espina de los indolentes,burócratas, hipócritas, demagogos y malintencionados. tere
ResponderEliminarNo, María Teresa, no te preocupes. Todos tenemos una chapeadora para eso que dices.
ResponderEliminarah, Enrique, ojalá pudiera regalarte un pedazo de mar, pero hasta para lanzar mis botellas tengo que auxiliarme de otras ciudades. Qué bueno compartir contigo este gusto por el mar.
ResponderEliminarLeydi: No hay problema. Por eso nos hizo tanto bien que el amigo Jasán nos llevara al Muelle Real: tú por el mar que no tienes; yo, por el que dejé. Pero ya ves: tú comenzaste a lanzar botellas y yo me hice anfibio, como un caimán. Un beso.
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