martes, 21 de febrero de 2012

Una saga rulfiana

Ni modo... que a mi manera, he sido un poco mexicano. Desde niño me atrajo la paz de los cementerios.

Muy temprano descubrí que los muertos tienen mucho que callar, y ese me pareció el primer testimonio de su sabiduría.

En los cementerios siempre vi asomarse el lado bueno (amable, por dejarse amar) de los seres humanos; incluso a aquellos a los que les hicieron la vida imposible, después sus matadores ―físicos o intelectuales― les compensaban con una muerte llevadera.

Pero ya he cruzado, cual espalda mojada, la frontera: me voy desmexicanizando y dejo de ser un cuate, porque me han cambiado aquel paisaje.

Desde que veo que aun en los camposantos se trafica con flores recicladas de una tumba a otra hasta que ellas mismas mueren de cansancio, sin afiliarse a un muerto; desde que sé que las lápidas desaparecen físicamente aunque no vayan al Cielo; desde que oí que respetables difuntos son irrespetados al despojárseles de las obras de arte con que otros los despidieron de este mundo; desde que concluí que en aquellos predios el amor es un finado a menudo mendigando paz, tan solo un poco de paz para descansar... veo los cementerios con ojos cementados.

Parece que en ellos resucita Comala, la caótica Comala. Sin la magia de Rulfo, muchos vivos hoy juegan a ser Pedro Páramo. Poco a poco les robamos ese reino. Lo conquistamos y colonizamos ―si hace falta, quitándoles la muerte a los rebeldes―, extendemos hasta allá nuestra algarabía mientras los espíritus preguntan si habrán de iniciar, de vuelta, el viaje de Juan Preciado. Los muertos más suspicaces sospechan que, quién sabe, a lo mejor esta es la hora de regresar a El llano en llamas.

8 comentarios:

  1. Enrique, ya estoy de regreso después de tanto rato sin conversar con tu caimán. Casi me faltaba el aire sin las bloguras. Pero me he puesto al día, y ya estoy lista para reunir al comité y hacer trabajo ideológico con tus letras. No te preocupes, que para lograr la militancia hay que conocer exactamente cuál es la dosis de lucidez y la de locura que cargan tus ideas...los que apruebo conocen que la medida es ninguna, porque es imposible separar la una de la otra. Pero no compartiré el secreto, y seguiré siendo tu fiel lectora, junto a los amigos de toda Cuba que, al menos una vez al día, nos sentamos a leerte. Un abrazo apretado.

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    1. Gracias, Anays, por tu regreso y por esa fidelidad. Saluda a esos muchachos que de vez en cuando votan unos minutos leyéndome (yo soy un Cucarachito Martino: como no le veo gran valor a estas letras, les agradezco más que las lean). Tienes razón: padezco de locordura crónica; dicen los médicos que es de operación, pero que si me someto a ella este caimán puede morir en el quirófano. ¿Qué hago...? Un abrazo.

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  2. Pedro, otro normbre??? ... uff!!! no me gustan los cementerios... Y así es, hoy en día, lo están violando demasiado. Un besi.

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    1. Creo, Melissa, que los cementerios ya no les están gustando ni a sus propios inquilinos. Un beso vivo.

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  3. A mi asusta mucho cada vez que regreso a darle un beso a papi el pensar que su tranquilidad haya sido violentada, entiendo tu post que entiende mis lágrimas cuando me doy cuenta que está ahí y yo quisiera que se fuera de la mano conmigo.
    cl

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    1. Nos entendemos, Carmen Luisa. Creo que si los seres humanos hemos probado nuestra pobre eficacia en mantener la paz aquí arriba, al menos debíamos respetar la del más allá. Pero a veces ni eso...

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  4. Mila, en mi familia aún discutimos si hacer o no en mármol la lápida de mi abuelita, porque a saber si de un día a otro desaparece el esfuerzo de nuestra nostalgia y nuestros bolsillo, e incluso... a saber de dónde sacan el mármol para hacérnosla. Es tremebundo lo que pasa allá, en la tierra de los ¿descansos?

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  5. María Antonieta, lo más importante es que mientras eso se dilucida, la memoria de ella reúna el amor de la familia. Y ese, lo sé, está garantizado.

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