jueves, 8 de marzo de 2012

La anciana y el Che

Lo confieso: ella me desordena. Y altera mis normas así no más, carildamente.

Siempre he dicho que si un día me abunda el dinero haré un escalafón de gente buena con la que compartir mi fortuna, a cuentas iguales o, al menos, parecidas.

Pero mientras eso no pase (y, no sé por qué, algo me dice que no pasará, ¡no pasarán...!), no puedo darme el lujo de regalar el dinero que me falta.

En general descreo de pedidores que a menudo tienen más que yo y de manos que suplican pese a que se les ve más robustas que las mías. En fin, desconfío del mendigo que puede trabajar en un país donde, aunque falte salario, trabajo sobra.

En cambio esta señora mayor que me he topado dos veces en la calle tiene un poder extraño sobre mí: la primera mañana en que me pidió algo dudé por confuso instante, pero al final la alcancé, dos cuadras más arriba, para darle mi único peso, el de la guagua que se suponía me llevaría de regreso a casa. Y me fui a pie, mas contento.

Hace solo unas horas estuvo otra vez frente a mí. Me habló del hijo que apenas se ocupa de ella. Metió su mano en mi alma y sacó de allí tres tristes pesos. Agradeció largamente, me vio una madre en el gesto y me hizo un breve discurso de corazón y bondades.

Son sus ojos, que desarman los breves cálculos de mi vida. Yo sé que no era para tanto; apenas le di tres pesos. Tres pesos, un rosado billete desde cuya esquina el Che Guevara nos recuerda cuánto más habremos de hacer para que esta viejita deje de pedir.

8 comentarios:

  1. Bello!!!! Mila... no se puede esperar menos de ti, dándole vida a las libélulas y a las ancianas que por una extraña razón siempre van a tu encuentro. No te extrañes si un día me aparezco yo para pedirte algunas letras. Un besi

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    1. Melissa: Tengo tus letras en mi billetera, pero aun si las hubiera gastado con otra Eva, inventaré nuevas para ti.

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  2. Enrique, me has conmovido...como solo tú sabes hacer con estas crónicas. De seguro la viejita miro en el fondo de tus ojos, y vio toda tu sensibilidad. Es por eso que te quiero grande.

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    1. Gracias, Leydi. Respaldándome, creo que tú también le das a esa viejita desconocida el bien que más le falta: cariño.

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  3. Por frases como esta: Son sus ojos, que desarman los breves cálculos de mi vida... es que regreso día a día a este caimán.

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    1. Pues gracias, amigo o amiga anónim@. Por alientos como el suyo es siempre estoy pensando qué nuevo escribir aquí. Un saludo.

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  4. Yo creo que me voy a sumar a Melissa y voy a salir a buscarte, mendigando tus letras... y que de paso me enseñes Camagüey, que aunque he pasado nunca lo he podido visitar. ¿Nos contarías historias de algunas tinajas? Abrazo.

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  5. Anays, no hay nada que mendigarme. Su palabra y la tuya son órdenes amigas para mí. ¿Conoces mayor jerarquía?

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